domingo, 11 de diciembre de 2016

EN LAS TENAZAS DEL MIEDO




La casa del miedo
Agustín Fernández Paz
Grupo EDEBÉ, Barcelona, 2016, 128 páginas.

   Agustín Fernández Paz (Villalba, 1946 – Vigo, 2016) fue y sigue siendo una de las figuras más destacadas de la narrativa gallega contemporánea. Y también de la española porque la mayoría de sus obras, sobre todo las publicadas en los últimos tiempo, aparecieron editadas simultáneamente  en gallego y en español, así como en las restantes lenguas ibéricas. Una buena parte de su obra se halla traducida a las más importantes lenguas del mundo, entre ellas a alguna minoritaria como el bretón. Su trayectoria ha sido reconocida con los más destacados premios de la literatura infantil y juvenil, y muchas de sus obras han alcanzado numerosos records. Cartas de invierno, quizás su novela más conocida, acaba de alcanzar los cien mil ejemplares vendidos en la edición gallega. Es el libro sin duda más vendido de la literatura gallega moderna, si fijamos la frontera divisoria en 1990. Otras de sus obras han alcanzado así mismo numerosas ediciones.
   Agustín Fernández Paz falleció el 12 de julio de 2016. Sin embargo, el autor tuvo la energía suficiente para ir escribiendo, entre las visitas a los médicos, esta pequeña pieza ficcional que no desmerece de sus obras más referenciales; escrita además con el mismo rigor y devoción con los que siempre se enfrentó a la literatura juvenil e infantil. O para ser más precisos, a esa literatura de fronteras que les interesa por igual a niños, adolescentes y adultos. Esa novela póstuma -ojalá no sea la última- nos llega ahora editada en español y en gallego por EDEBÉ y su sello Rodeira.
   El protagonista de la novela, después de estudiar en Barcelona, marcha a París donde se convierte en artista famoso. Con sesenta años, regresa a su villa natal para ser homenajeado como hijo adoptivo. Es Valverde, la pequeña villa gallega donde, en su infancia, le había ocurrido un “desagradable incidente”, cuyas circunstancias vuelven aflorar en su primera noche en el lugar de su nacimiento. Pero se propone saldar definitivamente, durante esa noche insomne, las cuentas de aquel episodio olvidado gracias a la terapia médica. Y para ello se remonta a su adolescencia y cuenta lo acontecido en la Casa del Miedo, una caseta abandonada donde la curiosidad infantil lo empuja a entrar. Y a partir de aquí, el miedo, el terror, leyes y objetos mágicos surgen por todas partes y acompañan al protagonista en un periplo rodeado de misterio, de pasmo y de la presencia de elementos y de fuerzas que superan los límites de la razón.
   Es la casa encantada, en cuya entrada da comienzo un verdadero viaje de iniciación del joven protagonista a través de un mundo lleno de peligros, maldiciones, seres perniciosos y mágicos, entre los que también halla ayuda, solidaridad y amistad. La dualidad, en definitiva, del Bien y del Mal.
   El autor va creando con la dosificación y el ritmo adecuados esa atmósfera de terror y de miedo, con la intervención de determinados elementos y seres: puertas que se cierran de repente; murciélagos  que chocan contra la ventana del cobertizo en el que el protagonista queda encerrado; una figura fantasmal hecha de humo y niebla; un cuervo que habla; la Isla de la Luna en la que habita una maga, pero también el Señor de las Serpientes tras el Río Negro y el Bosque Sombrío; una portentosa piedra roja, potente amuleto que mata a las serpientes; en fin, la llave de la salvación.
   Como marcan los cánones de este subgénero narrativo y de la novela de iniciación, el protagonista va superando pruebas y dificultades, y el desenlace es el que el lector presiente a medida que consume las páginas que narran esta aventura.
   La novela pertenece claramente al género de terror y muestra, sin ninguna duda, el sentido de lo morbosamente antinatural que es como Lovecraft definió el género. Pero La casa del miedo es muchas más cosas: es especialmente un canto  a la amistad y al apoyo solidario, con pequeñas dosis de un incipiente amor adolescente.
   La novela se ajusta a las grandes líneas compositivas y formales de la narrativa de Agustín Fernández Paz: la solidez de sus historias por muy fantásticas que puedan parecer, una arquitectura del relato perfectamente diseñada y erguida, no con la frase brillante o exquisita, sino con esa escritura clara, cimentada en la naturalidad lingüística característica formal de la narrativa del autor. El relato fluye espontáneo en la pluma de Agustín Fernández Paz; gradúa perfectamente el ritmo narrativo; le cede la narración al personaje protagonista que lo hace en primera persona para conferirle mayor credibilidad a lo que cuenta. El uso frecuente del pasado imperfecto que actúa sobre el presente, preñando la historia de sensaciones de amenaza. Presencia igualmente, aunque en esta novela muy breve, de los menhires, una marca de la narrativa de Fernández Paz. Y evocaciones de H. P. Lovecraft, uno de los grandes referentes del escritor vilalbés. También algún guiño a Tolkien, sobre todo por la presencia de amuletos mágicos y del Señor de las Serpientes.
   En resumen, una novela que se suma con dignidad al macrotexto de Agustín Fernández Paz y que degustarán con deleite lectores de todas las edades.

Francisco Martínez Bouzas


Agustín Fernández Paz


Fragmentos

   “Ayer regresé a Valverde, el pueblo en el que transcurrieron los primeros doce
años de mi vida. No había vuelto nunca, hasta llegué a borrarlo de mi memoria
durante varias décadas; Valverde era solo el nombre que, unido a la fecha de
nacimiento, aparece en biografías y textos referidos a mí o a mis obras en
múltiples páginas de la Red.
   La vida me ha llevado por lugares lejanos y diferentes, y durante mucho
tiempo creí que a eso se debía el olvido de mis raíces primigenias. Hoy sé que
había otras razones más poderosas.
   Desde que abandonamos el pueblo, tampoco en mi casa se volvió a hacer
referencia a él. En este asunto, mi madre se mostraba tajante: «Tu padre y yo
pasamos trece años allí; fue más que suficiente. El mundo es mucho más
extenso que los límites de Valverde. Por mi parte, esa etapa está más que
olvidada».
   Resultó fácil borrarlo de la memoria. Nos ayudó nuestra mudanza a
Vigo, donde mi padre había conseguido un puesto destacado en su empresa; la
fascinación por la ciudad enseguida me llevó a olvidar el pueblo y, sobre todo,
lo que en él me había ocurrido: el «desagradable incidente», como lo
denominaba mi madre. La ayuda de los psiquiatras infantiles que me trataron
durante varios meses fue decisiva para sepultarlo en lo más profundo de mi
cerebro.”

…..

  Me venció la curiosidad. O, quizá, fue alguna extraña fuerza la que tiró
de mí. El caso es que me acerqué y empujé un poco la puerta. Cedió sin
resistencia, y entonces asomé la cabeza para saber lo que había dentro. Vi
algunas horquillas y azadas arrimadas a la pared, dos cestos de los de las
patatas, un taburete de madera, un haz de varas en una esquina, algunos sacos
amontonados en otra... El suelo era de tierra pisada, y las esquinas de las
paredes aparecían repletas de telas de araña. Mi padre tenía razón, no había
nada anormal allí.
   Lo lógico hubiera sido irse tras aquel fugaz examen, pero de nuevo pudo
más la curiosidad. Me pareció distinguir un objeto que brillaba entre los sacos, y
allí entré para ver de qué se trataba.
   En ese mismo instante la puerta se cerró con fuerza, como si una ráfaga
de viento loco la hubiera empujado. Solo que no hacía viento en absoluto.
Corrí e intenté abrirla, pero no había manera. La puerta aparecía tan
firme como si alguien hubiera dado dos vueltas de llave en la cerradura. Solo
que allí tampoco había ninguna llave.
   Tras intentarlo durante varios minutos, cada vez más angustiado, cada
vez más sudoroso, comprendí que nunca sería capaz de abrirla sin ayuda.
¡Estaba atrapado en el interior de aquella caseta que tanto temor me provocaba!”

…..

   “Mis padres me encontraron en el interior de la Casa del Miedo. Había perdido
el conocimiento y sentía una debilidad extrema, después de pasar allí los cinco
días que habían transcurrido desde la tarde en que desaparecí. Cinco días sin
comer ni beber, expuesto al frío de la noche, indefenso ante la soledad y el
miedo. Todas esas circunstancias explicaban las frases delirantes que, según
ellos, no cesaba de pronunciar. La noticia de mi desaparición había salido en
todos los periódicos y había movilizado a una gran cantidad de gente; como
suele ocurrir, circulaban las hipótesis más peregrinas sobre las causas que
explicarían mi ausencia.
   Tras internarme durante varios días en un hospital de Compostela,
donde hicieron todo lo posible para que me recuperase de las privaciones que
había sufrido, pude contarles a mis padres lo que me había sucedido. Antes
había hecho lo mismo con los médicos que me atendieron, y volví a hacerlo
cuando la policía me interrogó. Pronto me di cuenta de que no se creían ni la
primera palabra y atribuían mis fabulaciones a las circunstancias terribles que
me había tocado vivir.”

(Agustín Fernández Paz, La casa del miedo, páginas 9-10, 27-28, 132-133)

5 comentarios:

  1. Me he zambullido en cada fragmento, por momentos como tú dices Francisco, Me parecía estar leyendo desde mi adultez al admirado Lovecraft, y logré al mismo tiempo sentir ese temor interno de la niñez cuando leía algún cuento de un terror diferente, ese terror que se siente y no se sabe cómo contar. Creo que es una característica de algunos escritores, donde lo impredecible, lo desconocido, se torna más amenazante que lo que ocupa un lugar, una figura determinada. Tu reseña lo expone de una manera que despierta el interés por leer los fragmentos, y luego por conseguir el libro. Realmente lo que observo en este tipo de literatura, es que atrapa al adulto y que a la vez rememora sentimientos y emociones palpadas en lecturas de la niñez. No es que se parezca el contenido sino que lo que se refleja es la intranquilidad, la inquietud inexplicable, el desasosiego, casi una alarma sonora que agita nuestro pensamiento en el momento de leer una aventura de la naturaleza de la que tú nos hablas de este autor.
    Como siempre, una muy rica reseña que despierta el deseo de enterarse de qué se trata.
    Saludos afectuosos.

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  2. Gracias, Francisco Martínez Bouzas, leí tu estupenda recensión: nada que objetar, obligas -casi- a intentar tener ese libro entre las manos. Un abrazo.
    Teo.

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  3. En verdad, es cierto que el autor te lleva de su mano y te hace sentir de una manera muy directa sus experiencias. Es un relato que te atrapa fácilmente y que puede resultar casi familiar; porque, ¿quién no ha sentido miedo o terror siendo niños? Quizás las dosis de terror que el vivió supera a otras que todos los niños hemos experimentado en alguna que otra ocasión; pero los sentimientos que expresa, no resultan ajenos. Como bien dices, Francisco, utiliza un lenguaje sencillo y directo, lo cual, lo hace aún más común. Creo que me gustaría el libro y me extraña que no lo hayan llevado al cine. Da para una buena película de terror. Gracias por compartir tu reseña, Francisco. Saludos

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  4. Magnífico trabajo, amigo. Me ha atrapado con esa magia que se vislumbra en estos fragmentos. Abrazos.

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