viernes, 4 de septiembre de 2015

"LA LÍNEA DE SOMBRA": APRENDIZAJES VITALES EN LOS MARES DE CHINA



La línea de sombra: Una confesión
Joseph Conrad
Traducción de Javier Alfaya
Alianza Editorial, Madrid, 2004, 160 páginas
(Libros de fondo)

The Shadow Line: A confessión es posiblemente la novela más autobiográfica de Joseph Conrad. El escritor polaco que no se dedicó profesionalmente a la escritura hasta después de los treinta años, en un idioma que no era el suyo y que había aprendido de forma autodidacta, inició la escritura de este relato a finales del año 1914 y lo concluye en el mes de marzo del año siguiente. Aparece publicado por primera vez en una revista en 1916, y al año siguiente, ve la luz en un volumen independiente publicado por un sello editor londinense.
   La línea de sombra es, como acabo de decir, un relato autobiográfico que da cuenta de las experiencias marítimas más dramáticas de la vida del autor. Joseph Conrad, perteneciente a la aristocracia rural polaca, pero emigrado debido a la pasión por los viajes y aventuras, logra entrar en la marina en Francia con tan solo dieciséis años, trasladándose, cuatro años más tarde, a Inglaterra. Viajando sobre todo por el Extremo Oriente, fue ascendiendo poco a poco hasta alcanzar el grado de capitán, y, sobre todo, llenando los archivos de su memoria de materiales y de experiencias vitales, muchas de ellas reflejadas más tarde en las grandes novelas de su primer período: El Negro del Narcissus, Tifón, Lord Jim, El corazón de la oscuridad. La línea de sombra, aunque no fue redactada hasta 1915, se inscribe entre los textos conradianos de este primer período. Y en ella, el maestro de la “narración indirecta” relata un episodio real de su vida, acontecido en 1888. Aburrido de una existencia monótona que le proporciona su condición de segundo del Vidar, y dándose cuenta de que estaba a punto de traspasar la “línea de sombra”, esa frontera que separa la juventud de la edad madura, y deseoso al mismo tiempo de aventuras y de experiencias novedosas, abandona su puesto en el barco, aprovechando una escala en Singapur, sin tener idea de lo que iba a hacer después.
   El destino, sin embargo, quiso que a los pocos días le fuera confiado el mando del Otago, un bricbarca  anclado en aquel momento en Bangkok y que solía navegar por los mares meridionales de China.
   En el relato, Conrad narra todas las peripecias que le llevaron a hacerse con el puesto de capitán del barque de tres palos y, sobre todo, la odisea de gobernarlo en el más grande de los calmazos  y con una tripulación enferma de malaria, navegando hasta su primer destino por regiones de tierras fragmentadas, brisas muy ligeras y las aguas estancadas del Golfo de Sian. Tras veintiún  días de lenta y agonizante destrucción, arriban a Singapur con toda la tripulación delirando por la fiebre.
   Conrad es uno de los padres de la alta literatura de aventuras con trasfondo filosófico y, como tal, tiene partidarios incondicionales -uno de ellos fu Virginia Woolf- que saben a lo que se arriesgan con la lectura de las novelas conradianas. El mar y sus aventuras alcanzan en Conrad una representación fascinante, repleta de riesgos y emociones, a la vez que nos ofrece una galería de tipos humanos, ambientes y situaciones descritos con tal fuerza y  propiedad, que solamente podían tener su origen en la pluma de quien las hubiese vivido en carne propia. Sin embargo, más allá de la trama argumental, Conrad se sumerge con extraordinaria sensualidad y rigor analítico en las regiones más hondas y oscuras de la condición humana, provocando que, mucho más que con la aventura exterior, no sintamos atrapados por la interior: el procesos que se desarrolla de puertas adentro de los personajes, las reacciones y experiencias humanas, los males del alma. Precisamente todo aquello que, a juicio de Fredric Jameson, convierte la literatura de Conrad en inclasificable, flotando en un lugar incierto entre Stevenson y Proust.
   Añádase a todo esto, el trasfondo existencial de este libro-parábola. La línea de sombra es esa intangible marca que separa la juventud de la madurez. Bajo la apariencia de una novela de aventuras marinas, Conrad narra la finalización de una etapa y el inicio de otra, el paso de la inocencia a la experiencia. El niño que se convierte en hombre. El narrador protagonista ha de enfrentarse a un aprendizaje vital que le llevará hacia la sabiduría de la experiencia, al superar las dificultades con las que se encuentra en su periplo marino.
   Con todo esto se va a encontrar el lector de La línea de sombra. No obstante tratarse de un relato de hechos reales, a los que el autor es en general fiel, Conrad envuelve su narración dentro de una atmósfera atormentada, multiplicando su efecto por esa calma chicha del mar que inmoviliza su navío y por los progresos inflexibles de la malaria.
   Una escritura frecuentemente abstracta y muy analítica que llega a abrumarnos, y la obsesión del autor por adelantar juicios y conceptos sobre los personajes, antes de dejarlos actuar, dificulta a veces la lectura de La línea de sombra, en especial en los dos primeros capítulos que corresponden a un tercio del libro. En estas páginas iníciales, la lentitud, el detallismo descriptivo, el análisis minucioso de las personas y de sus reacciones, llegan, en mi opinión, a incordiar la voluntad lectora más fuerte.
   El libro comienza a seducirnos con fuerza desde el momento en que el narrador protagonista toma posesión del Otago e inicia su periplo por un mar en el que, en vez de libertad, solamente se encuentra calmazo y fiebres. En el horizonte y como arquetipo, la leyenda El Holandés Errante al sur del cabo de Buena Esperanza o en los mares de China, origen de tantas novelas y piezas musicales. Un barco a la deriva por aguas tranquilas, con toda la tripulación agonizando lentamente sobre la cubierta.

Francisco Martínez Bouzas

                                                       
Joseph Conrad
Fragmentos


   “¡Sólo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jóvenes, no; pues éstos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es el privilegio de la primera juventud.
Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un jardín encantado. Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo.
Llenos de ardor y de alegría, caminamos, reconociendo las lindes de nuestros predecesores, aceptando tales como se presentan la buena suerte y la mala -los puntapiés y las perras chicas, como reza el adagio-, el pintoresco destino común que tantas posibilidades guarda para el que las merece, cuando no simplemente para el afortunado.
Sí; caminamos, y el tiempo también camina, hasta que, de pronto, vemos ante nosotros una línea de sombra advirtiéndonos que también habrá que dejar tras de nosotros la región de nuestra primera juventud.”

…..


“Las impenetrables tinieblas bloqueaban el navío tan de cerca, que parecía que con sólo tender la mano por encima de la borda se tocaría una sustancia sobrenatural. Había en ellas uno no sé qué de terror inconcebible y de indecible misterio. Las pocas estrellas que brillaban sobre nuestras cabezas sólo arrojaban sobre el navío una luz oscura, sin dejar sobre el agua ningún reflejo, como rayos aislados atravesando una atmósfera convertida en hollín. Era algo que yo no había visto nunca hasta entonces, y que no permitía la menor conjetura respecto a la dirección en que podría producirse un cambio; algo, realmente, como una amenaza cerrándose en torno nuestro.
El timón continuaba solo; una inmovilidad absoluta reinaba en todas partes. Si el aire se había ennegrecido, el mar parecía haberse vuelto sólido. Era inútil mirar a los lados, esperar una señal, tratar de prever la proximidad del momento. Cuando éste llegara, las tinieblas absorberían silenciosamente la débil claridad que caía de las estrellas sobre el navío, y sobrevendría el fin de todo, sin un suspiro, sin un movimiento, sin un murmullo, y todos nuestros corazones se detendrían como relojes a los que se les terminara la cuerda.”

(Josep Conrad, La línea de sombra)

3 comentarios:

  1. Quiero dejarte mis más sinceras felicitaciones a tan bello trabajo crítico. Gracias por compartir tu opinión, sobre esta obra que parece ser, nos da un paseo por ciertos sucesos vividos por el autor, desde su primer destino como capitán de un barco, que describe momentos sinuosos de su travesía, ligada a su juventud, hasta culminar en la madurez. La experiencia toma un color muy importante, dentro de la historia marina que marcha como un emblema significativo por lo que puedo ver, junto a la malaria que se enfrenta dentro del barco y que me imagino, llega a traer mucho dolor, miedo e incertidumbre. Qué lástima que sea un libro tedioso y que llegue a fastidiar por su narrativa, gracias por compartir, abrazos de luz.

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  2. Interesante manera de presentarlo....

    Saludos

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  3. Busquen la aventura al uso en Conrad y hallen el naufragio. La aventura de Conrad siempre es auténtica y es aventura veraz, que diría Hemingway. Porque la aventura es mucho más que unos hechos asombrosos mágicamente convertidos en verosímiles, es la aventura, en el fondo, para Conrad, lo inverosímil y lo desconocida de nuestra naturaleza como humanos. ¿Cómo si no se reproduce una misma historia en un medio diferente, el cine, "Apocalipse Now", con los mismos personajes, en otro tiempo, con un mismo escenario, en otro lugar del mundo, y desembocando en un mismo fin?: El horror, el horror. Va mucho más allá la aventura de Conrad porque es la aventura del ser humano en un momento muy concreto de su historia, va más allá todavía, cuando se elige un testigo, cualquiera, un personaje que mira y ve y contempla el terrorífico corazón de las tinieblas. Ninguna de las historias de Conrad son aventura simple y argumento rápido. Recréese el lector en la respiración agitada de sus personajes, vivan la aventura veraz de la experiencia del viaje y el horror. Si no es lo que buscaban, siempre les quedará Emilio Salgari, que no es ni mucho menos lo mismo.

    Mis saludos, Francisco.

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