miércoles, 3 de diciembre de 2014

"DEMONIOS FAMILIARES": SIMBÓLICA PLENITUD DE UNA NOVELA INCONCLUSA DE ANA MARÍA MATUTE



Demonios familiares
Ana María Matute
Prólogo de Pere Gimferrer
Notas sobre la escritura de una novela inacabada por María Paz Ortuño
Ediciones Destino, Barcelona, 2014, 182 páginas

   Demonio familiares, tal como  puso de manifiesto el avance  editorial que se hizo en este Cuaderno de crítica el día 22 de septiembre, un día antes de que la novela de Ana María Matute llegase a las librerías, es la novela póstuma de una de las narradoras fundamentales de la literatura española desde los años cincuenta del pasado siglo. Una novela inacabada, el testamento narrativo de la escritora, pero no incompleta. Su final inconcluso, según el testimonio de María Paz Ortuño, amiga y colaboradora de la escritora en la redacción final de ésta y otras novelas, se convierte en una final abierto a todas las posibilidades interpretativas que presienta el lector. Un plus pues para el lector como se ha escrito.
   Demonios familiares es un retorno al mundo de los acontecimientos ocurridos en julio de 1936. No deja de ser significativo que la primera novela de Ana María Matute (Los Abel, 1948) y este su testamento literario concentren su temática en sucesos externos y en los silencios que se produjeron durante la brutalidad de la Guerra Civil española, del mismo modo que también es trama central de algunas de las obras más conocidas (Los hijos muertos, 1958, Primera memoria, 1959) de la escritora.
   Una obra pues sin final escrito, pero sin duda con un final en la cabeza de la autora que era donde realmente creaba sus ficciones. Posteriormente les daba vida en el papel y las sometía a numerosas modificaciones, como nos revelan las cuatro hojas del original mecanoescrito, reproducidas en el envés de la portada y contraportada del libro y en la primera y última hoja de esta primera edición, y repletas de múltiples tachaduras y de correcciones hechas a mano.
   Se puede decir con Juan Pablo Goicoechea que  Demonios familiares es “la Matute en estado puro” ya que recopila todo el universo narrativo de la escritora, sus grandes obsesiones, tales como la falta de comunicación, la incomprensión, los muros del silencio al lado de personas cercanas, los rencores persistentes, la traición… en el decir de María Paz Ortuño.
   La Guerra Civil española  es, como he dicho el transfondo o el eco cercano en el que se desarrolla la trama de Demonios familiares. La acción se sitúa en julio del 36 en una pequeña ciudad del centro de España. Eva, la protagonista, que estaba cumpliendo el año del postulantado previo al noviciado, vuelve a la casa familiar ante la inminencia de la quema del convento monjil. En la mansión residen varios familiares, algunos de ellos simbólicos. Y sobre todo es un avispero de secretos, silencios, rencores y emociones reprimidas. Quien ordena y manda en la casona es la Madre del Coronel a quienes Matute priva de nombre, una muestra de que su única función en el texto narrativo es representar la jerarquía y el poder. A la falta de amor y de cariño, se unen los secretos y los silencios, la frontera que marcan los mayores.
   En un bosque cercano, Eva halla el cuerpo malherido de un paracaidista republicano al que con la ayuda de Yago, un oscuro personaje portador de grandes secretos, asistente de el Coronel, esconde en el desván de la vieja mansión. Eva mantiene la ocultación de Berni, el paracaidista maltrecho, en absoluto secreto, sobre todo desde el momento en que la zona es tomada por las fuerzas franquistas. Pero los sentimientos se imponen por encima de las cautelas y de los miedos. Por eso mismo, la protagonista, en el despertar de su vida, vivirá un permanente conflicto afectivo.
   Demonios familiares, a pesar de que en ella resuenan los ecos de la Guerra Civil, no es una novela sobre el conflicto bélico, sino sobre los demonios familiares antes los que la inocente y solitaria adolescente se verá obligada a perder su ingenuidad y a entender sin ningún entrenamiento la nueva situación bélica, los secretos familiares, los silencios y las traiciones que abruptamente se destapan ante sus ojos inocentes.
   Una prosa madura, luminosamente diáfana, intimista, nos va llevando por una historia sin grandes acontecimientos históricos ni relatos de hechos truculentos o siniestros. Ana María Matute inicia la trama a un ritmo pausado con la descripción difícilmente superable del acontecer cotidiano. Mas poco a poco, una vez que la voz narrativa nos va introduciendo en la vieja casona, el ritmo se acelera y salen a flote los secretos, las pequeñas traiciones. A Ana María Matute, pese a los vértigos que agobiaron sus últimos días, no le tiembla el pulso y en la novela no se aprecian desmayos en la intensidad con la que va trenzando la historia. Una historia en la que hacen acto de presencia algunas de las cartas geográficas en las que se despliega su peculiar mundo narrativo: el desván y ese bosque, elementos simbólico de primer orden en la narrativa matutiana.

Francisco Martínez Bouzas


Ana María Matute  (Foto: Santi Cogolludo)
 
Fragmentos


   “Algunas noches el Coronel oía llorar a un niño en la oscuridad. Al principio se preguntaba quién sería, puesto que hacía muchos años que en la casa no vivía ningún niño. Solo quedaba en la mesilla de noche de Madre, una fotografía sepia, una sonrisa transparente y errática -quien sabía ya si de Madre o del niño-, flotando en la noche, como una luciérnaga alada. Ahora sus recuerdos, incluso los tenebrosos fantasmas de la campaña de África, se parecían cada día más a desperdicios, lo que queda, migas de pan en el mantel, de un antiguo festín. Pero su memoria recuperaba una y otra vez la imagen de Fermín, su hermano mayor. Encerrado en su marco de terciopelo malva, vestido de marinero, apoyado en un aro de madera, y siempre niño. Como un fantasma recurrente -«qué raro, es mi hermano mayor, pero yo tengo más años que él»-, persistía allí, nadie lo había quitado de la mesilla, ni aún cuando Madre ya no  estaba, hacía años que él se había casado, había nacido su hija, y Herminia, su mujer, había muerto.”

…..

“El desván. Mi mundo. Hasta aquel momento, mi mundo secreto. Me pareció ver volar a la pareja de halcones, casi a ras de suelo. Pero solo era el viento, otra vez empujando las hojas, convirtiéndolas en maravillosas criaturas vivas. ¿Así era como volvía a recuperar el bosque? De pronto descubría que había estado a punto de perderlo para siempre. Perder el bosque inventado, tan inventado que jamás conocí otro más real. Recuperándolo paso a paso, minuto a minuto, hollando altas hierbas desconocidas, descubriendo detrás de cada tallo la realidad de un sueño incompartido, como esperando el día de su resurrección. «Creo que va a suceder algo que deseo sin saberlo». Aún no me había dicho a mi misma que a menudo cuando un deseo se cumple, todo un mundo muere. (…)
Solo persistía una claridad leve, transparente entre las varas de los huertos. El corazón golpeaba desacompasado, como si entrara en un recinto amenazado por un mal desconocido. El bosque había sido, durante años, mi íntimo, cálido refugio; el recinto de mis sueños. Allí donde me había inventado una Eva niña, casi feliz -como nunca pudo serlo entre los muros de la casa-. Y, súbitamente, de nuevo se alzó Madre frente  a mi, no tras de mi como acostumbraba. Tenía los brazos abiertos, pero no prefiguraban un abrazo, más bien eran una barrera, una prohibición, a pesar de que sonreía. Evité eludirla, inventar de nuevo la vida, tal como la recordaba en aquellos ojillos de abalorio. Y avancé, decidida aunque temblorosa -me parece que a veces la valentía se manifiesta en un gran temblor.”

(Ana Marí Matute, Demonios familiares, páginas 17, 100-101)

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