miércoles, 12 de noviembre de 2014

"NIVELES DE VIDA". CARTOGRAFÍA DE LA AFLICCIÓN



Niveles de vida

Julian Barnes

Traducción de Jaime Zulaika

Editorial Anagrama, Barcelona 2014, 143 páginas.



   Julian Barnes (Leicester, 1946) es uno de los más significativos exponentes de la actual narrativa británica. Autor de novelas y de narrativa breve, su escritura configura una manera privativa de hacer literatura, que siempre augura placeres, sorpresas, verdades cristalinas o laberínticas. Y también grandes interrogantes sobre temas cruciales como el de la muerte. Dueño de una escritura a veces oblicua y críptica, Julian Barnes teje ficción y memorias personales y tematiza frecuentemente  asuntos relacionados con el amor. Con el amor romántico que perdura más allá de la muerte, sobre todo. Y con la felicidad, con el dolor, con las valencias del recuerdo que tanta importancia tiene en esta novela hilvanada con tres historias distintas, pero amalgamadas entre sí. Los recuerdos conforme a los que vivimos, como recordaba Barnes en su libro memorialístico, Nada que temer.

   Niveles de vida es un tríptico que recoge tres historias carentes aparentemente de conexiones, pero que ocultan lazos, quizás tenues, y que sin embargo le otorgan unidad al libro en el que el recuerdo y el homenaje a personajes que, por distintos motivos, forman parte de la historia, van abriendo el camino hacia la expresión vivencial  de lo que para él significó el fallecimiento de su esposa.

   El libro arranca con una idea que el mismo escritor expone de esta manera: “Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierte en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante” (página 11). Son los extraños parentescos que, con frecuencia nos reserva la vida. Con esta idea medular como norte, el escritor comienza narrando, con un estilo mezcla de documentalismo histórico y de ficción, dos historias aparentemente triviales. En la primera (“El pecado de la altura”) ensaya una crónica de la prehistoria de los globos aerostáticos: las aventuras, los riegos, las caídas de los pioneros de los vuelos en globo. En la segunda (“En lo llano”), rescata a uno de los protagonistas del primer relato, el coronel Fred Burnaby, junto con su idilio pasional, finalmente no correspondido con la actriz Sarah Bernhardt.

   Las caídas de los globos o la ruptura sentimental de los protagonistas del  segundo relato preparan el terreno para la dramática tercera historia: un relato confesional en el que el escritor se desnuda emocionalmente al abordar lo que para él significó la muerte de su esposa, la agente literaria Pat Kavanagh, a la que un tumor cerebral le segó la vida en treinta y siete días (octubre de 2008).

   Se ha escrito que Julian Barnes, al igual que lo fuera Sarah Bernhardt, es un tanatófobo, un obsesionado con la muerte. Y esta tercera parte da sobradas pruebas de ello, aunque más que el hecho físico de la muerte, lo que pone al descubierto Barnes son la dolorosas sensaciones que la pérdida de Pat Kavanagh provocó en él. Julian Barnes y Pat Kavanagh se casaron en 1979. Pat desarrolló en su vida una notabilísima  y relevante historia propia: agente literaria de grandes escritores como Martin Amis, rompió temporalmente su relación con Julian Barnes por una relación amorosa con la escritota Jeannete Winterson. Sin embargo, la relación de la pareja superó éste y otros obstáculos. El fallecimiento de Pat precipita al escritor en un duelo vivenciado de una forma emocional muy profunda e irrecuperable: soledad, carencia, aflicción, tristeza, desorientación, perplejidad, desamparo, protesta, tentación suicida, la forzosa sustitución del amor por la aflicción… El desnudo emocional de Julian Barnes es ajeno a cualquier tipo de cursilería lacrimógena. Nada tiene que ver igualmente con el amarillismo emocional. Cada página, cada palabra respiran la serena, aunque rabiosa aflicción de alguien que no logra superar la muerte de su esposa y ni siquiera concibe y admite que sus amigos pretendan que él supere esa ausencia.

   Este tercer relato (“La pérdida de profundidad”) está presidido por la misma idea-eje que subyace en todo el discurso narrativo de Niveles de vida: “Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas…a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia” (Página 83). Pero tarde o temprano sobreviene lo inevitable: por una razón u otra una/uno de los dos desaparece. “Y lo que desaparece, afirma Julian Barnes, es mayor que la suma de lo que había. Algo que contradice las leyes de la lógica clásica. Solo emocionalmente posible. Por eso mismo, cualquier historia de amor es una potencial historia de inimaginable aflicción, difícilmente comprensible para el resto del mundo. Y sin pastillas que la curen.

  
Julian Barnes y Pat Kavanagh
En este descarnado desnudo emocional tras la pérdida, Julian Barnes hace aflorar y analiza todas las reacciones que anidan en el ser que es víctima del fallecimiento de la persona amada: enfado con el fallecido, el irracional enfado por esa traición de perder la vida. Enfado con Dios en el que no cree, con el universo, con los amigos. Congoja que se centra en el ser que experimenta la pérdida, pero mucho más en ella, en la persona que ha perdido la vida. Un dolor que te coloca fuera de ti mismo. Amenaza de tantas cosas. La lógica tentación del suicidio, que se hace menos probable cuando comprende que es a través de su memoria la única forma de que su mujer siga viva. Aunque la tentación todavía persiste.

   Todo ello y el resto de sus emociones más insondables forman parte de la oscuridad de la aflicción que jamás conseguimos vencer, aunque se haya desplazado de sitio, y forman parte de lo que Julian Barnes hace aflorar en estas breves prosas confesionales, escritas por alguien que ha cruzado con inclemente consciencia los “trópicos del duelo” y que, en cierto sentido, ha sido capaz de transformar la aflicción en un espacio moral, el espacio donde dos personas que  se juntan, se imantan y son incapaces de contemplarse separadas por la muerte. El repetido estribillo funciona aquí como clave interpretativa de un  brillante juego compositivo en el que los dos primeros relatos cobran sentido a la luz del tercero: la cartografía aflictiva del propio escritor.



Francisco Martínez Bouzas





Julian Barnes

Fragmentos



“Estuvimos juntos treinta años. Yo tenía treinta y dos cuando nos conocimos, sesenta y dos cuando murió. El alma de mi vida; la vida de mi alma. Y aunque ella odiaba la idea de envejecer -a los veinte años pensaba que no pasaría de los cuarenta-, yo confié felizmente en la continuidad de nuestra convivencia: en que las cosas se volverían más lentas y sosegadas, en la rememoración conjunta. Me imaginaba cuidándola; hasta habría podido -aunque no lo hice- imaginarme, al igual que Nadar, que le retiraba el pelo de las sienes afásicas, que aprendía la función de la enfermera tierna (y carece de importancia el hecho de que ella hubiera detestado esta dependencia). En cambio, desde un verano hasta el otoño siguiente hubo inquietud, alarma, miedo, terror. Pasaron treinta y siete días desde el diagnóstico hasta la  muerte. En todo momento procuré no mirar a otro lado, siempre intenté afrontarlo; y de ello nació una especie de lucidez demente. Casi todas las noches, cuando salía del hospital, me sorprendía mirando con rencor a los pasajeros de un autobús que simplemente volvían a su casa al final de la jornada. ¿Cómo podían estar allí sentados ociosamente, ignorantes, con aquel perfil de indiferencia, cuando el mundo estaba a punto de cambiar?”



…..



“No creo que volveré a verla. Nunca la veré, oiré, tocaré, abrazaré, escucharé, reiré con ella; nunca más aguardaré sus pasos, sonreiré al oír que se abre una puerta, acoplaré su cuerpo al mío, el mío al suyo. Tampoco creo que volveré a encontrarla en alguna forma desmaterializada. Creo que la muerte es la muerte. Hay quien cree que el duelo es una especie de autocompasión, violenta, pero justificable; otros piensan que es simplemente nuestro reflejo en la mirada de la muerte; otros dicen que se apiadan del superviviente, porque es el que padece, mientras que la persona amada ya no sufre. Estos criterios intentan afrontar la aflicción minimizándola; y hacen lo mismo con la muerte. Es cierto que parte de mi congoja se centra en mi mismo -mira lo que he perdido, mira cómo se ha empobrecido mi vida-, pero más, mucho más, y ha sido así desde el principio, en ella: mira lo que se ha perdido, ahora que ha perdido la vida. Su cuerpo, su espíritu; su radiante curiosidad por la vida. A veces da la impresión de que la propia vida es la que más ha perdido, la parte más perjudicada realmente, porque ya no es objeto de la radiante curiosidad de mi mujer.”



…..



“Le dije a uno de los pocos cristianos que conozco que mi mujer estaba gravemente enferma. Me respondió que rezaría por ella. No puse reparos, pero espantosamente pronto tuve que informarle, no sin amargura de que su dios no parecía haber sido muy eficaz. Me contestó: «¿Has pensado alguna vez que ella podría haber sufrido mucho más?» Ah, pensé, o sea que eso es todo lo que tu pálido galileo y su papá pueden hacer.”



(Julian Barnes, Niveles de vida,  páginas 84-85, 96, 115)

2 comentarios:

  1. Me siento conmovido por esos fragmentos, amigo. Un libro sobrecogedor a mi juicio. No había leído nada del autor, y me alegro mucho de que gracias a ti entre en contacto con él. Un abrazo.

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