viernes, 15 de julio de 2011

FRAY DIEGO LA MATINA Y LA DIGNIDAD DEL HOMBRE

Muerte del inquisidor
Leonardo Sciascia
Traducción de Rossend Arqués
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 140 páginas.

La existencia de la Inquisición fue posible porque a su alrededor no hubo ningún tipo de fuerza mental, afirma Leonardo Sciascia, citando a Américo Castro. Y esa carencia de fuerza mental, el fundamentalismo talibán y el miedo en el que estuvo sumida la cristiandad, es lo que el lector percibe en este pequeño libro que forma parte del “romanzo-inchiesta”, la novela-reportaje, en este caso histórica, el camino que Sciascia emprendió en 1956 con Le parrocchie di Regalpetra. Leonardo Sciascia al que  se le ha calificado como  escritor “amarillo” porque ha aprovechado en alguna ocasión el esquema de la intriga para su investigación social, sigue siendo considerado, más de veinte años después de su muerte, uno de los grandes narradores europeos, con una obra marcada por su radical contestación de cualquier manifestación abusiva del poder. Lo hará en sus “novelas-investigación”, esas en las que, a juicio de Josep Fontana, “es capaz de elevar el relato de un crimen a página de historia”.
Múltiples libros salidos de la pluma del escritor siciliano, pero en realidad un solo macrotexto que gira, para decirlo con sus propias palabras, en torno a la historia de una continua derrota de la razón y de quienes se han visto afectados y destruidos por esa derrota. Una de las víctimas de la sin-razón fue su paisano Diego La Matina (1622-1658) quemado, en uno de esos atroces y alucinantes espectáculos, por la Santa Inquisición del reino de Sicilia.
El tema de la Inquisición de sus horrores, tan extravagantes como abominables, es recurrente en la obra de Sciascia Así, por ejemplo, esa alusión a las “bonitas hogueras de aquella época” del prólogo de Le parrocchie di Regalpetra, porque todo el fanatismo imaginable se halla  elevado a la máxima expresión en aquellos “bellos autos de fe”.
En Muerte del inquisidor Sciascia revisa el caso de Fray Diego La Matina, desde el momento en el que, en un acto de exasperación tras ser condenado una vez tras otra y sometido a horrendas torturas, mata al inquisidor Juan López de Cisneros, golpeándole con los grilletes que le maniataban, hasta el 17 de marzo de 1658, fecha en la que fue quemado en la hoguera por “hereje, apóstata, calumniador y parricida”.
Leonardo Sciascia
Pero el verdadero hilo conductor que guía a Sciascia  en el estudio de toda la documentación disponible y a la hora de escribir esta aproximación al tema, es qué tipo de herejía hizo que Fray Diego se convirtiera en un recalcitrante que salía de la cárcel, volvía a caer en sus errores, abjuraba, volvía recaer, fue condenado a galeras y finalmente a la cárcel de por vida hasta que cometió el “parricidio” de quien era su padre dentro de la jerarquía eclesiástica. Sciascia mantiene que la única hipótesis sostenible es que Fray Diego fue detenido por un delito ambivalente: una acción que era a la vez herejía y quebrantamiento de las leyes ordinarias. El fraile predicaba sin duda y de forma contumaz lo que proclamó sobre la pira poco antes de expirar: que Dios era injusto. Lanzó esta acusación contra Dios a causa de su rebeldía contra la injusticia social, la iniquidad, la abusiva presión fiscal y la usurpación de bienes y de derechos por parte de los poderosos. Comenta el novelista que una herejía cuya base es la afirmación de que Dios es injusto no puede, y menos en el siglo XVII, tener muchos adeptos, sin embargo parece ser que Fray Diego logró tener prosélitos y esta era la gran preocupación del tribunal. Por eso concluye Sciascia que el error herético del fraile fue “plantear el problema de la justicia en una época absolutamente injusta”. Hereje pues pero no de la teología, sino de la injusticia social. En la Sicilia del siglo XVII en la que se acusaba de luteranismo a cualquier ciudadano indiferente para con la religión, tuvo lugar uno de las más atroces actos de intolerancia contra justicia social y contra la libertad de pensamiento. Leonardo Sciascia es su cronista en este libro en el que se conjuga el rigor de la investigación histórica con la pasión por aquellos personajes que son ejemplo vital de la rebeldía en pos de la libertad de conciencia y de la dignidad humana.

Fragmento

“Es  una de las más atroces y alucinantes escenas que nunca la intolerancia humana haya representado. Así como estos nueve hombres imbuidos de doctrina teológica y moral, que se desvivían en torno al condenado (pero de vez en cuando iban a comer a los aposentos del alcaide), perviven en la historia del deshonor humano, Diego La Matina afirma la dignidad y el honor del hombre, la fuerza del pensamiento, la firmeza de la voluntad y la victoria de la libertad” (…)
“Unos ‘bastasi’, o mozos, llevaron a fray Diego al centro de la escena, ‘tal como estaba atado a una silla’. El ruido de la muchedumbre cesó de golpe. ‘Fue increíble la atención de todos los presentes para escuchar sus sacrílegas perversidades y heréticas afirmaciones, que confirmaban claramente el carácter bellaco, obstinado y desvergonzado del reo’. Una imagen que nos conmueve y enorgullece en cuanto hombres libres y tardíos conciudadanos de fray Diego. Es indudable que en ese momento el condenado llevaba el bozal puesto, porque de lo contrario habría manifestado y gritado su desprecio para con el lector, el tribunal y los espectadores” (…)
“Un santo mártir. Pero nosotros hemos escrito estas páginas para dar otra imagen de él, para decir que era un hombre y que mantuvo alta la dignidad del hombre”
( Leonardo Sciascia, Muerte del inquisidor, páginas 80-81, 87, 117)

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