lunes, 9 de mayo de 2011

AUTOPSIA DE UNA LANGOSTA, HISTORIAS VISCERALES


Autopsia de una langosta
Helena Torres Sbarbati
Editorial Melusina, Barcelona 2010, 158 páginas.


   Ni el título, ni las ilustraciones de la portada y de la solapa, ni mucho menos esa frase promocional (“La mejor saga vampírica a la que le he echado el diente: la más audaz, sexy y sangrienta”) que Hernán Migoya  ha regalado a la casa editora – escrita posiblemente  sin haber leído el texto, como en alguna otra ocasión -,  le hacen justicia a este debut en la narrativa de Helena Torres Sbarbati, alias como bloguera “La Zorra Suprema”. La autora, desde el Cono Sur latinoamericano, recaló hace años en Barcelona y en la ciudad condal decidió publicar su primera novela. Es verdad que en el texto de la misma sobreabundan cagadas, meadas, menstruaciones, eyaculaciones y toda clase de flatulencias y secreciones. Un curioso punto de partida para una propuesta narrativa humanista, basada en la asunción de la animalidad humana. Pero es indudable que esta propuesta de Helena Torres, por muchas rarezas que encierre, entre las que la autora se siente como pez en el agua, porque “habita con orgullo la diferencia”, es mucho más que eso.
   Por de pronto, y desde una perspectiva estructural, el intento de encajar dos novelas en un solo texto: el acontecer cotidiano de una mujer a la que le complace identificarse con el sonambulismo, alter ego seguramente de la propia autora, que decide escribir una novela de amor romántico, entrelazada con las reflexiones, certezas, incertezas y recuerdos de carácter claramente autobiográfico.
   La novela, o su engendro enmascarado, se organiza en cuatro capítulos que se corresponden con las cuatro estaciones del año, y gira en torno a una relación de sexo y chute entre la protagonista y el hijo del hombre inválido al que ella cuida. En un periplo por la vida nocturna, por los ambientes más sórdidos de Barcelona, poblados por bolleras, macarras, hippies, rockeros y ángeles perdidos. Una vida asfixiante, un desamor autodestructivo, con el retrovirus al acecho, y que termina como el lector puede suponer: el chico en la cárcel condenado a la muerte más triste, la de la soledad del alma.
   Mas lo que realmente hace de este libro una rareza interesante, es la catarata de reflexiones, arrancadas del alma y sin ningún tipo de disfraz, por la aprendiza de escritora. Son sus historias viscerales, mucho más potentes que cualquier ensayo teórico, que nos gritan la verdad, o una parte importante de la misma, sobre el mundo femenino, sus sensibilidades, sus pasiones, sus aflicciones. Con la recuperación de su experiencia existencial, Helena Torres nos transmite, por ejemplo, que el porno está instalado en la mirada. Sus posibilidades y miserias se esconden tras el deseo. Que la prostitución es un acto de “empoderamiento”, como dirían las feministas latinoamericanas, que le permite a la mujer negociar con el macho, y desde una posición de poder, el precio de su placer, para acabar así con siglos de jerarquización, humillación y maltrato machista. Que tampoco es preciso fundamentarse en el mito o en la tradición del violador para tener sexo salvaje con una mujer. Ese tipo de masculinidad machista es tan perniciosa para ellas como para ellos. Precisamente gracias al desprecio de ese tipo de hombres, aprendió la protagonista que es mucho más útil ser zorra que gacela.

Helena Torres Sbarbati

   En mi opinión la parte más interesante de la narración es aquella que se asienta en las páginas finales, cuando la protagonista rememora su vida “entrerriana” en Uruguay, Buenos Aires y Paraná. Su huida de una realidad, la Argentina de la dictadura, que la oprime. Su experiencia del desarraigo, dada su condición de extranjera, hasta que halla un ansiado hogar en La Floresta, detrás del Tibidabo. La recuperación  emotiva de sus raíces a través de la figura de Doña Reme, la anciana cargada de experiencia y de sabiduría, que acompañó su infancia.
   Helena Torres Sbarbati pude presumir de agudeza y verosimilitud a la hora de recrear ese gran escenario de la Barcelona sórdida, preñada de personajes incalificables, habitantes, como las langostas de los fondos más turbios. No es preciso compartir ni dejarse atrapar por las ideas que marcan el norte de la narración. Basta con reconocer que la autora ha elegido, sin tapujo alguno, la vocación de la libertad y la desarrolla jugando con autobiografía y con la ficción. Nadie nos exige que disfrutemos con sus historias viscerales ni que comulguemos con sus artefactos ideológicos.

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