viernes, 1 de abril de 2011

VIAJE DE INVIERNO, UNA HISTORIA PARANOICA


Viaje de invierno
Amélie Nothomb
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 119 páginas.

   La escritora nipona – belga – gala, Amélie Nothomb, la “sale gosse” de la literatura francesa, se reveló en 1992 como un prodigio precoz con Higiene de l’assassin, un best seller que vendió más de 350.000 ejemplares, generando así mismo versiones teatrales y cinematográficas. Desde entonces, es víctima de una peculiar y rara compulsión grafómana que la empuja a escribir tres o cuatro historias al año, aunque solamente publique una. Tanto es así que en 2009, y con cuarenta y dos años, aseguraba haber terminado de escribir su libro número sesenta y cinco. Los publicados hasta el momento son dieciocho. Hoy en día, Amélie Nothomb es uno de los fenómenos literarios europeos más interesantes. Una escritora “tan alejada de lo insubstancial como de lo solemne, de la ingenuidad como del academicismo”. En sus obras podemos diferenciar dos líneas narrativas esenciales y, por consiguiente, variados niveles de lectura: aquellos textos merecedores de ser clasificados como ficciones y aquellos otros que se basan en experiencias autobiográficas, los más logradas desde mi punto de vista. Viaje al invierno comparte ambos niveles, aunque predomina claramente la ficción.
   La novela, cuyo título está tomado de la pieza homónima de Shubert, se vertebra en una estructura circular. Una prolepsis o salto hacia el futuro nos enfrenta con el desenlace. El protagonista se dispone a secuestra y hacer estallar un avión. Mientras espera la salida del vuelo en el aeropuerto Roissy – Charles de Gaulle, decide escribir unas breves memorias sobre el origen y porqué de sus propósitos suicidas. No se considera un terrorista. El mal, piensa, tiene su propia higiene y, después de la catástrofe aérea, le podrán considerar un cabrón, una basura, pero no un terrorista. Tampoco lo va a hacer para darle un sentido a su vida, para divertirse o para salir en las portadas de los medios de comunicación. Por eso, a modo de memoria testamental, nos cuenta sus peripecias. El resultado: una historia  paranoica. Se llama Zoilo, equivalente masculino de Zoe, el nombre que debería llevar la niña que esperaban sus padres. Un nombre que no le agrada pues le recuerda al sofista griego, Zoilo,  Homeromatix, (azote de Homero).  Por eso, él se aficiona a la lectura de la Ilíada y la Odisea, a las que intenta incluso traducir.
   Su trabajo como inspector en una compañía eléctrica hace que se encuentre con dos mujeres, que viven en París, en una especie de casa de hibernación, sin ningún tipo de calefacción. Una hermosa joven normal, a la que pronto convertirá en la dama de sus pensamientos. La otra, una retrasada mental, afectada por la enfermedad de Pneux, una especie de autismo amable, capaz de emitir calor y autora de novelas de éxito. Solo comprende las cosas en el momento en que las escribe. Sus nombres son sintomáticos y muy meditados: Aliénor Malèze la demente y Astrolabio la normal, bautizada así por su madre para vengarse del progenitor que la había abandonado por Fidel Castro. Entre ellas existe una especie de relación simbiótica. La joven y hermosa es la interfaz de Aliénor y el mundo, su astrolabio.
   El cortacircuito sobreviene cuando Zoilo se enamora de la hermosa asistente de la escritora alienada. Para Astrolabio ocuparse de Aliénor constituye una especie de sagrado sacerdocio que no le permitirá vivir una historia de amor convencional, que, sin embargo, se desarrolla entre la alucinación y la realidad y sin futuro por la presencia de una tercera persona. Por eso Zoilo planea secuestrar y estrellar el avión contra la Torre Eiffel, para borrar de la faz de la tierra la letra A, que remite a Amélie, la amante de Gustave Eiffel, pero también a Astrolabio y Aliénor. Será el mensaje que le aparece en su dimensión más psicodélica de una sesión de “bad trip”, provocado por la ingestión de psilocibios guatemaltecos, con los que convida a su amada y a esa especie de baobab  que es Aliénor. La A gigante que domina París, recibirá el impacto de sus deseo, consumando así el acto sexual que le había sido negado en la habitación durante la sesión psicodélica.
   Otra historia imposible, típicamente nothombiana.  Surgida de la imaginación de una escritora a la que se ama profundamente o a la que se ignora. Si en esta extraña novela hay algún mensaje, este no es otro que el de los amores a contratiempo (“Las mujeres  siempre aman a contratiempo, página 113). Una parábola pues sobre las dificultades de sincronizar los relojes del amor.
   No es esta una historia insulsa, ni provoca el desconcierto del lector, porque no hay ningún misterio que resuelva el desenlace. Simplemente la descripción de una situación inverosímil, aunque nada tiene que ver con ese absurdo de Jarry o Beckett, al que alude la contraportada. Una historia paranoica, con personajes extravagantes y, al mismo tiempo fascinantes, a los que la autora hace que se muevan en un ambiente gélido, lívido e incluso decadente.
   En la novela brilla la inteligencia de la escritora en momentos puntuales, como su teoría del mal necesario o en frases ingeniosas y mordaces (“Pilotar un avión es mucho más fácil que fumar. De entrada, está menos prohibido”, página 65). Pero esa desmesura en la que se asienta la novela en este lector ha dejado el sabor de un manjar incompleto. Mas en definitiva, cada lector es fruto de sus gustos, preferencias y hastíos y la alquimia de una novela se encuentra en ese viaje, siempre insólito y personal, que va de la pluma que escribe a los ojos de quien lee.

Amélie Nothomb

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